¡En sintonía!

Hoy en día estamos inmersos, sin poder remediarlo, en un proceso de estandarización a nivel mundial, en todos los ámbitos. Una hegemonía que amenaza con destruir la multiculturalidad, la desemejanza en nuestros puntos de vista y estilos de vida, un efecto más de la llamada globalización para controlarnos y manipularnos a su antojo. Sin variedad ni alternativas, que todos tengamos una similar identidad, los mismos gustos, las mismas ideas. Una transformación humana que cobra incidencia incluso en el mundo de la música, a través de los fenómenos de masas (Mainstream) que van arrinconando aún más a todos aquellos estilos minoritarios, el rock y todos sus afluentes.

No obstante, en un mundo tan excepcionalmente homogéneo no sobresalen aquellos que quieren mirar desde mucho más alto que los demás sino los que se atreven a actuar diferente.

Los británicos The Darkness son la mejor alternativa que el rock necesita en estos momentos tan bajos en los que está viviendo, portadores de una intención de convencimiento muy ingeniosa, buscando revivir los buenos tiempos del Rock'n'Roll, sin miedo a ser diferentes, dueños de una soltura, excentricidad y feeling que arrolla, un desparpajo que sobrecoge y una fluidez setentera que apasiona, todo ello sin inhibición alguna, generando buenas vibraciones y dando fe de que conocen a la perfección los cimientos de las gloriosas décadas.

No es la primera vez que lo menciono pero aquello que diferencia a las grandes formaciones de las mediocres es la capacidad de crear un universo propio, ni siquiera se trata de sonar distinto
sino de generar un espacio en el mundillo que nadie más había ocupado antes de ti ni será habitado cuando no estés. Justin Hawkins y compañía desprenden un aroma inconfundible que los hace únicos en su especie. El que decidió quedarse en casa aquel sábado se equivocó ya que su nueva visita a Euskadi se saldó con su mejor y más ardiente actuación por estos lares, de largo.

Sonaron clavadísimos, como un reloj suizo, empujados por sus propias ganas y dominando convincente el escenario, absolutamente concienciados de que las canciones no suenan solas que tras ellas han de tener unos músicos que las interpreten con entrega y las doten de sentimiento, sacando a relucir constantemente sus grandes dotes interpretativas: actitud, imagen y gravitación decibélica.

La sala no se llenó, pero registró un sensacional ambiente con tres cuartos del aforo. Ante ello se lucieron en acústico The River 68's, dos hermanos escoceses que exhalan un particular sentir de rock sureño y soul clásico, en improvisaciones instintivas y unas líneas vocales de gran profundidad que arrastran al oyente en un sumiso estado bucólico, un mundo melódico pintoresco y lo suficiente real como para penetrar en él y sentirse parte del mismo, “Move Up & Shine”, “Change” o “Sonny And The Second Hand Store”, con solamente la magia que desprende sus corazones, irradiando ambos, en todo momento, una terneza y fervor por cada uno de los poros de su cuerpo. Como beber una buena pinta de cerveza, 30 minutos degustados en todo su esplendor.

Si la música tiene el poder de provocar reacciones, en multitud de ocasiones se nos olvida por la gran cantidad de productos estériles que entran y salen de nuestras orejas, sin dejar ningún tipo de mella, pero eso es algo que naturalmente no ocurre cuando escuchas alguno de los discos de los británicos The Darkness, electrificantes en cuanto a excentricidad sonora y criterio musical.

No cabe duda que la madurez emocional desvanece muchos deslices ególatras acaecidos por excesos de vicios en tiempos de esplendor.  Justin Hawkins supo darse cuenta a tiempo de que su vida iba por mal camino, cocaína y alcohol no son buenos acompañantes y tras lograr superar sus fuertes adicciones, que le supuso estar 6 años alejados de los escenarios, sustituido por Richie Edwards y limado sus diferencias con su hermano Dan, posteriormente a su fracaso musical con Hot Leg, ha sabido encauzar bien su carrera, devolviendo a la banda al lugar que le pertenece, siguiendo las enseñanzas de sus idolatrados Queen, libertad expresiva y una experimentación musical sin reglas. Teniendo en cuenta sus anteriores visitas podíamos esperar algo especial para esa noche. Y sorprendieron los británicos, por la inclusión en su repertorio de 9 temas de su exitoso primer trabajo “Permission To Land “ y una gran interacción con el público.

El comienzo fue eléctrico con “Barbarian” y “Growing On Me”, Justin y Frankie Poullai haciendo gala de sus extravagantes vestimentas y buscando constantemente con sus miradas a sus seguidores más acérrimos, mientras el nuevo baterista “Tiger” (hijo de Roger Taylor, Queen) dejaba destellos brillantes de buena técnica y pegada.

Poco tenía que hacer el vocalista para meterse al público en el bolsillo, le bastaba con explayarse a gusto con sus falsetes estridentes y desplegar su natural carisma especial e imponente presencia escénica, con la misma chulería y el mismo desparpajo de quien se tiene que ganar una admiración y estima que no ha tenido la suerte de cosechar en lo que lleva de vida. Enseguida quedó patente lo compacto de la banda, con momentos de gran vitalidad y poderoso brío rítmico, “Black Shuck”, “Mudslide” y “Roaring Waters”, pasajes enérgicos y estribillos ganadores, transmitiendo una energía capaz de iluminar el mundo y un sentimiento tan mágico que acabó desencadenando una energía vibratoria muy elevada, todas las almas flotando y dando vueltas en masa.

La actuación era intensa, sin espacio para vanaglorias propias de divos, pudiendo disfrutar de la capacidad teatral de Justin en su forma de sentir viejos clásicos como “Givin´ Up”, “Love is Only a Feeling” o “Get Your Hands Off My Woman”. Su música tienen un punto que los hace distintos, el cual reside precisamente en esa honesta forma de ser, dejando destellos tan agradables como la exquisita sensibilidad pianista por parte de Justin en “Friday Night” y “English Country Garden", aparte de sus números escénicos como hacer el pino abriendo y cerrando las piernas en “Get Your Hands Off My Woman”, parodiando la mítica escena de Karate Kid y recorriendo la sala subido a hombros de un luchador mexicano. Igualmente impactante fue verificar que la creatividad del combo sigue intacta en sus nuevas composiciones “Every Inch Of You” y “Rack Of Glam”, ligeros matices que enriquecen su discurso.

La esperada “I Believe in a Thing Called Love” trajo consigo una interpretación muy sentida por parte de la banda y más en concreto por parte de su vocalista. En esa tesitura también brilló anteriormente“Stuck in a Rut”, con el público con las manos en alto balanceándose al son de los músicos. Tras la despedida momentánea, los bises de rigor, una descafeinada versión de sus compatriotas Radiohead “Street Spirit (Fade Out) y un refrescante ejercicio de revival setentero “Love on The Rocks With No Ice”, logrando carambolas de feedback, nuevamente.

Un concierto memorable, sin ninguna pega, del que me gustaría destacar tres aspectos: el genial sonido, la técnica y el descaro estilístico, sin olvidar tampoco la magia y complicidad que desprendían entre ellos, algo no muy usual en grupos que ya llevan bastantes años de carrera a sus espaldas. Viendo su actitud sobre el escenario es cuando cobra mas sentido que nunca el tópico de que el rock es un estilo de vida que deberíamos aspirar a alcanzar

- Barbarian
- Growing on Me
- Black Shuck
- Mudslide
- Givin' Up
- Roaring Waters
- One Way Ticket
- Love Is Only a Feeling
- Friday Night
- English Country Garden
- Every Inch of You
- Rack of Glam
- Get Your Hands Off My Woman
- Stuck in a Rut
- I Believe in a Thing Called Love

- Street Spirit (Fade Out)
- Love On The Rocks With No Ice