La voz austral aún no se ha extinguido: Van Morrison arranca su gira europea en Madrid

La voz astral de Van Morrison es inmutable a los vaivenes del tiempo y del espacio. Recreando un ambiente que jamás se le otorgaría a un amplio Palacio de Deportes, el León de Belfast hizo que todos los allí presentes se sintieran como en el mejor club de jazz del Upper West Side de Manhattan. Intimista, sobre un escenario que sólo vestían tenues luces rojas y verdes, la leyenda norirlandesa pisó el escenario con la fortaleza de una fiera hecha de clásicos del soul y el rhythm 'n' blues. Un genuino bluesman vestido de negro, con su sombrero, su saxo y sus gafas de sol, flanqueado por una banda que hipnotizaba con su sonido y la voz de Dana Masters.

Empleando el jazz como vehículo de aquella oniría, el sexteto arrancó el recital con clásicos de la música negra como How Far From God, uno de los temas incluidos en Roll With The Punches, el primero de los álbumes publicados este año, junto a Versatile, que venía a presentar en Madrid. Su público, pacientemente sentado y respetuoso, no le pedía ni un saludo a aquel capo de la música, al que tienen por costumbre venerarle hasta el silencio. Algo tendría que ver el precio desembolsado (hasta 200 euros llegaron a pagar algunos), pero la magia es cara. Y qué más daba todo aquello cuando empezaron a sonar temas como "Moondance", "Brown Eyed Girl" o "Days like this". Ni siquiera importaba que hubiese cambiando la cadencia, ahora más blusera y jazzística con la reinvención de su armónica. Su espíritu y los destellos de grandeza permanecieron en su sitio, inalterables.

Las ovaciones y los aplausos enredados con la música también se los ganaron temas como "Vanlose Stairway" con el que Morrison sedujo poniéndose frente al piano. Le acompañaba su incontestable camarada, Georgie Fame. El maestro del órgano Hammond reapareció en escena, después de telonear al león irlandés, para convertir esta canción en un verdadero credo.

Flotaba en el aire, no obstante, la ligera sensación de que la contención se estaba extendiendo demasiado en el tiempo, de que se echaba en falta un estallido. Sólo había que esperar, porque el rugido terminó llegando con la chica de los ojos marrones. Después, el bálsamo final, la esencia que derramaría la hipnótica e incandescente "In the afternoon" o "The Party is over", uno de los siete temas que incluye su último disco y con el que Van Morrison empezaba a preparar la huida. Muchos ya iban advertidos, el león se marcha para no volver, sin bises, ni palabras de agradecimiento.

Lo que nadie les había dicho es que iba a cerrar con "In the Garden", una de las canciones más reconocidas de su carrera. Con ella, resonando como una epifanía en aquel club de jazz a lo grande, Van Morrison dejó lucir a su banda y la gente se olvidó de "Gloria". La prueba final de que no hay método, profesor, ni maestro que pueda hacer algo parecido y ganarse de nuevo todo el respeto de sus fieles. La voz astral que antaño tenía en su interior aún no se ha extinguido.