Mucho ha evolucionado Nikki Hill desde que visitara España por primera vez allá por el 2013. Entonces era ya dueña de un directo de calidad innegable pero aún mostraba tímidamente su potencial para el rock n’roll. Ahora, la cantante de Carolina del Norte luce con descaro su maestría en este menester en un show que mejora cada día.

Nikki Hill recoge ya los frutos del trabajo duro y en esta gira ha colgado en varias ocasiones el cartel de “No hay entradas”. Así pasó en Vitoria, donde la preciosa Sala Hell Dorado había agotado todos los billetes días antes del concierto. Hill llegó con su último trabajo bajo el brazo, Feline Roots, un álbum donde ahonda en las raíces del rock n’roll más clásico e incluso coquetea con el country. El ambiente justo antes de empezar el bolo era magnífico y poco después de las once de la noche, la banda se subió al escenario.

Abrieron con “Oh, My”, seguido de un demoledor “Ask Yourself” y desde el minuto uno, Nikki Hill buscó, con su carisma y energía, caldear el ambiente y meterse al público en el bolsillo. No le costó mucho, con un par de palabras en euskera y la fuerza de temas como “Her Destination” o “Scratch Back”, que comenzó ella marcando en ritmo con los pies, lo tuvo hecho. No es que posea una voz prodigiosa, pero el dominio que tiene sobre ella y su magnetismo personal le convierten en un animal escénico de primer orden.

La banda sonó compactada y engrasada, con Marty Dodson a la batería y Nick Gaitan al bajo marcando el ritmo y con Matt Hill, marido de Nikki, y Laura Chavez, alternándose en el protagonismo con las guitarras. Consiguen entre ambos, más rockero él, más bluesera ella, equilibrar el sonido de los temas y dar colorido y heterogeneidad al repertorio. La incorporación de Chavez a la banda es uno de los grandes aciertos del matrimonio Hill. Posee una técnica excepcional, con un feeling y una sensibilidad al alcance de muy pocos músicos, y cada vez que hizo un solo durante el concierto se llevó inevitablemente la atención y la admiración de todos los presentes. Por algo está nominada este año como mejor guitarrista de blues (y eso que no tiene banda propia) en los prestigiosos The Blues Foundation Music Award. Casi nada.

Fueron alternando temas nuevos como el sinuoso “Can't Love You Back It's A Shame”, el rítmico “Don't Be the Sucker” o el sorprendente country de “Tell the Next World” con canciones obligadas en su repertorio como “Heavy Hearts” o el rock n’roll clásico de “Strapped To The Beat”. Quizás el show perdió algo de intensidad en su parte central con la inclusión de algunos medios tiempos pero siempre mantuvo su calidad. Eso sí, la última media hora fue para enmarcar. La abarrotada Hell Dorado era un hervidero donde el público bailaba, cantaba y sudaba al ritmo adictivo que marcaba Nikki Hill. Los temas se enlazaron sin tregua generando una energía creciente que explotó con “Struttin´”, que dejó el concierto listo para los bises.

Con la seguridad que da haber hecho un gran álbum, Nikki Hill escogió dos temas de su último trabajo, “The Fire That’s In Me” y “Get Down, Crawl” para cerrar el setlist de la noche, pero tuvo que echar mano de una canción más (nada menos que el “Twistin' The Night Away” de Sam Cooke) para saciar a un público que no estaba dispuesto a que se acabara la fiesta. Las caras de felicidad al terminar el bolo lo decían todo. Es lo que pasa cuando uno recibe una magnífica inyección de rock, soul y rhytm & blues.