La música de Christina Rosenvinge ha ido evolucionando según avanzaba su carrera, cambiando de estilo según la etapa de su vida en la que se encontraba; de idioma según cambiaba su país de residencia.

La primera vez que supe de ella fue por unos amiguis de esos que con el paso del tiempo confirmas que solo sirven para tomarte copas con ellos. Ese “¡Chas!, y aparezco a tu lado” no me entusiasmó demasiado. Claro, que ellos no se referían a su música…

Sin embargo me quedé atrapado con lo que hacía cuando escuché “Mi pequeño animal” -el álbum completo-,  con ese sonido más rockero y sucio; y esas letras que habían pasado definitivamente de un punto de vista femenino a marcadamente feminista. Destacaba claramente sobre lo que se hacía en aquel momento.

Ya era 1994. Hacía algunos años que había renunciado a hacer música comercial -nada despreciable, por cierto-, a seguir triunfando en radio fórmulas, y, alejándose de ello, había decidido adentrarse en un camino personal, cuyo resultado ha sido una trayectoria profesional singular.

El concierto de Inverfest en la sala Joy de Madrid marcaba el final de la gira de “Un hombre rubio”, por el que recibió en 2019 el premio MIN al mejor disco de pop y el Premio Nacional de Músicas Actuales.

La misma sala, dos años después del concierto de inicio de la gira; se cerraba el ciclo de la mejor manera posible.

Aparte de todas las canciones de este álbum de alguna forma relacionadas con la memoria de su padre (ese hombre rubio) ofrecería piezas tan significativas como “Berta multiplicada” (en la que recuerda y rinde tributo a Berta Cáceres, la activista hondureña asesinada por defender un río), “La tejedora” (con letra inspirada por Maman, la araña creada por Louise Bourgeois), “La muy puta” (sobran los comentarios), “Jorge y yo” (donde recuerda su infancia junto a su hermano) o “Alguien tendrá la culpa” (su canción más política).

Coherentemente, siguió la norma que tiene de cantar en el idioma que mejor va a entender el público que la escucha. Por eso no interpretaría ningún tema de su etapa estadounidense. Tampoco, de sus inicios, como ya saben sus seguidores habituales; sino que se centró en sus últimos trabajos. Concretamente, en sus últimos cuatro discos; el más antiguo, “Tu labio superior”, de 2008. Todos, estilísticamente semejantes.
 
El repertorio sería el mismo, y en el mismo orden, que el del día anterior en la sala Apolo de Barcelona. Con dos canciones más: “La distancia adecuada” (antes de “Romance de la plata”) y “Absoluta nada” (la de en medio de las tres canciones del bis). Ofrecería todos los temas del disco de esta gira.

Poder hacer fotografías para prensa únicamente durante las tres primeras canciones en una sala que no tiene foso es tarea complicada. Más que nada porque, aunque lleves la pulsera que te acredita como fotógrafo, el público de las primeras filas se muestra reacio a dejarte ocupar su espacio por mucho que le expliques que solo va ser un momento. En las primeras canciones es cuando más ansiosamente viven el concierto, como si se fuera a acabar enseguida, por lo que resulta bastante complicado moverte para conseguir buenos puntos de vista. Por eso en las salas sin foso se suele dejar disparar durante todo el concierto, ya que con el paso de las canciones hasta los más inflexibles se convierten en empáticos.

Lo bueno que tiene abandonar las primeras filas del concierto es que compruebas que lejos de éstas el público habla constantemente a medida que te vas alejando del escenario, sobre todo cuanto más cerca está de las barras. Da igual el grado de implicación con la artista que está actuando, pues hasta algún grupo de personas que la siguen en todas sus actuaciones por la península no paraban de hablar.

Mientras tanto, Christina Rosenvinge iba utilizando únicamente el micrófono, éste con la guitarra o éste con el teclado, dependiendo de la canción y del momento. Coloca los instrumentos de tal forma que le queda espacio para moverse libremente por el centro, y de un lado a otro del escenario. En determinado momento llegó a tumbarse sobre la tarima mientras seguía cantando.

“Romance de la plata”, la canción más emotiva del último disco, ocupó la parte central del concierto. Comenzó a escribirla porque sintió la necesidad de hacer las paces con el pasado, en una época en que pensaba mucho en su padre; veinticinco años después de su muerte. La música de esta pieza la acercó todo lo posible al flamenco –uno de los estilos musicales que más solía escuchar su progenitor- sin alejarse demasiado de su estilo.

Resulta de un gran hallazgo metafórico considerar el valor de algunas de las lágrimas derramadas por su pérdida como plata.  

Una vez acabada de componer la canción, decidió que tenían que hacerle una fotografía vestida con un traje de sastre de tres piezas de su padre, con la misma pose y en la misma localización de Navacerrada donde se la habían tomado a él.

El emplazamiento exacto no lo encontraron, pero algunas de las fotografías de esa sesión se encuentran en el álbum (físico).

Después de la sesión fotográfica, acabaría el día cantando el Romance junto a la tumba de su padre.

Así de laberíntica resulta la vida.