El tamaño de la cola te da una idea de la categoría del artista. La ordenada y, aparentemente, eterna espera en la fila es un prepago de la recompensa posterior. Como nada queda inalterable, la hilera se fue transformando, ya en el interior, en una pléyade de selfies y fotos con las que alimentar a los monstruos de las redes sociales. Instantáneas que compartían espacio de alguna forma con la música ambiente donde parecían pasar de refilón canciones de Aretha Franking, Leroy Van Dyke, Little Feat o The Alman Brothers Band que cruzaban el aire del Sant Jordi sin pretensión ni gloria . Mientras, el pabellón recibe almas como una tragaperras que nunca da premio. Los asientos se van ocupando como si un imaginario y preciso jugador de tetris manejara unos hilos invisibles. [ crónica ]