Ante ciertas estrategias mercantilistas de la industria, uno siempre tiende a estar con la mosca detrás de la oreja para que no le intenten colar una vez más, a toda costa, algo que en verdad no lo es, banda enmascarada con la denominación de presunta heredera de los grandes del rock australiano como AC/DC o Radio Birdman. Obviamente hay algunas características que hacen inconfundibles a los genuinos rockeros, actitud heroica ante la vida, mentalidad abierta y espíritu de rebeldía siempre bajo un prisma de vivir sin control y de acuerdo al capricho del cuerpo; diferenciándoles notablemente de aquellos que juegan a ser estrellas de rock, músicos de pacotilla que llevan a cabo todas las noches una representación abstracta, una imagen de esa vida sin el más puro sentimiento, fruto de su afán de conseguir el éxito a cualquier precio. No obstante, convendría mentalizarse que una incontestable actitud rockera lo es en todo tiempo y lugar, ya que su propia grandeza rompe fronteras y todo tipo de barreras.
Los tejanos Nashville Pussy pertenecen a ese selecto y ejemplar grupillo, músicos incombustibles e inasequibles al desaliento, sumergidos en un activismo desenfrenado, haciendo vibrar sus verdaderas almas y destilando un rock con sentimiento y estilo,
nunca sin vanagloriarse del inmejorable privilegio de ser dueños de casi todas las cualidades de la mejor tradición rockera, alma callejera, opulentos alardes guitarreros, voz chillona y retumbante y cerriles textos cargados de chabacanería, un vehículo inductor para el que quiera pueda correrse una buena juerga con los amigotes, bañada en alcohol. Verles desfilar por nuestras tierras es un lujo que debería saberse aprovechar dada que la personalidad intransigente y firme de sus miembros fuera de los escenarios, se transmite en conciertos de cuatro pares de cojones y mucho sudor.
Bob Wayne & The Outlaw Carnies
Sin pudor ni miramientos, el cuatrero Bob Wayne dejó más que claro que no tiene nada que envidiar a nadie, luciendo con orgullo sus señas de identidad, pañuelo en la cabeza, barba descuidada y encantadora amabilidad sureña, siempre resguardado por el magnífico acompañamiento de los músicos de The Outlaw Carnies, prescindiendo en esta ocasión de la ayuda de la violinista Liz Sloan; y prometiendo un suculento brebaje compuesto de dosis de rock sureño (A la vieja usanza, no a la de lo que se lleva ahora), música country y hillbilly sabiamente combinados y con el que ponerse más que morados estaba asegurado. Un anacronismo andante que haría esbozar una sonrisa de recuerdo al oyente y curiosas historias que relatan sus canciones, de desamores, adicciones y vivencias en la carretera, evitando constantemente caer en un incurrimiento de anquilosamiento inherente a su particular estilo.
Un tiovivo de sensaciones y experiencias donde todo puede suceder, un despliegue de sutilezas sonoras en zis zas, vaivenes placenteros en forma de Bluegrass (“Morning Time”), la añoranza de la figura de Johnny Cash (“Ghost Town”) y el zambullido en tonos más acelerados, chulescos y alucinatorios en “Fuck The Line”, pidiendo la colaboración del respetable para recitar en castellano su estribillo “Jode la Ley”, tras haber logrado despertar una admiración colectiva en su exposición de postura discordante frente a la ilegalidad en Alabama, recomendando sin tapujos que el mejor modo de acatarla es no dejándose atrapar en “Everything's Legal In Alabama” y dejarnos los cuerpos descompuestos con una ocurrente “Till The Wheels Fall Off”, amparándose al derecho de poder elegir libremente lo que uno quiere que se le haga cuando fallece, que le entierren hondo, se lo den a comer a los gusanos o su extraña recomendación ser incinerado y sus cenizas sean esparcidas en la autopista mientras sus amigos lo festejan a lo grande con alguna chica de compañía. ¡Un buen antídoto contra el mal humor!
Bob Wayne & The Outlaw Carnies
Aunque a priori el nivel de excitación por volver a ver los norteamericanos Nashville Pussy, era menor que en citas pretéritas debido a la proximidad de su anterior visita (Más o menos un año y medio) y lo más significativo en su contra, que no traían nada nuevo debajo del brazo, el público respondió en masa y la sala ardió en llamas, regalándonos otra gran noche de rock & roll para llevarnos a la tumba. De buenas a primeras tal ejemplar fauna con hambre rockera no podía ser moco de pavo, menos aún, si tienen súper ganada su fama de buenos luchadores en directo. Aún así, los exitosos viejos recuerdos pueden jugarte una mala pasada y ensombrecer tu propio reflejo, si no rindes al 100% de tus capacidades, dejando al descubierto un cambio de actitud hacia un talante más conformista y conservador.
Pero no fue el caso, todavía dan el callo, tirando del carro con la misma inquietud de unos veinteañeros, manteniendo el hacha de guerra en alto, sobre todo cuando embisten con acordes vibrantes que profundizan en la tradición clasicista y robustecen la credibilidad de su discurso, en torno a una pared de sonido inquebrantable, a lo más parecido a una soldadura de acero. En sólo y un minuto se ganaron al público, atacando con furia los primeros compases de “I'm So High”, la feminal Ruyter Suys manteniendo tensos los hilos eléctricos mientras su marido, Blaine Cartwright, ametrallaba el ritmo a bocajarro con su fuerza vocal. Una maquinaria que si bien arrancó ya de manera portentosa, lo hizo de manera algo distante, una actitud, muy por la labor pero algo reservada, que iría cambiando en el transcurso de la actuación, siendo cada vez más salvaje y entregada.
Un torbellino que te absorbía hacia el epicentro del rock más bronco e incisivo, y es que el sonido amplificado y sucio con el que sonaron temas como “Going Down Swinging”, “She's Got The Drugs”, “Hate And Whiskey” fueron proporcionando un aire infernal y machaconamente irresistible al concierto. Notables mejoras las de una exposición que fue progresivamente aumentando de biorritmos, elevada inmediatez, potencia decibélica, acordes sulfúricos, erosión, finales de infarto e incluso arrogancia, cobrando el sentido que nunca debe perder el verdadero hard rock clásico, suscitar a un estado de histeria colectiva, cabezas moviéndose frenéticamente, jadeando sin descanso y yendo a la barra a calmar su sed fruto de una noche embriagadora de buena música que invitaba a olvidar todas las penurias sufridas a causa del horrible momento en que vivimos. Sin menospreciar el talento de la temporal bajista Bonnie Buitrago hemos de señalar que se echo en falta la pura elegancia estética de Karen Cuda, quien con su mirada te vence y te subyuga.
Nashville Pussy
Con la velocidad del rayo se merendaron un repertorio generoso de brillante boogie y bosco rock ochentero, defendido a muerte, recurriendo constantemente a la bifurcación de sus fornidas guitarras en furiosos interludios guitarreros que nunca dieron síntomas de futilidad o poca definición. Cerrabas los ojos y te parecía escuchar juntos a AC/DC Y Motörhead fundiéndose juntos contra viento y marea, en suculentas raciones de caña “I´m The Man” y “High As Hell”, “Go To Hell”, y en la que el matrimonio acaparó toda atención, Ruyter manifestado con movimientos convulsivos su sentir, a la que únicamente se la podría recriminar no haber concluido la descarga a su modo natural de hacerlo, con su habitual destroce de cuerdas mientras se arrastra por el suelo y Blaine rompiendo conservadurismos a golpe de cadera .
Una apabullante demostración de cómo llevar un concierto haciéndolo subir hasta alcanzar el climax final, deslumbrando al más escéptico de la sala, empleando ritmos primitivos con la ebullición sonora de una factoría siderúrgica a pleno rendimiento.
Tanto ellos como nosotros sudamos y nos dejamos los cojones como muy pocas veces, desgraciadamente hemos podido ser testigos. Pero lo más magistral estaba por llegar por medio de dos impecables versiones, la primera a modo de boogie del “Milk Cow Blues” (Kokomo Armold) y la segunda con una regia adaptación del “Nutbush City Limits” (Tina Turner) seguida del himno generacional “Go Motherfucker Go!”, por el que muchos darían el alma al diablo. A pesar de cierta previsibilidad os aseguro que fue algo similar a un ejercicio curativo, rejuveneciendo nuestros corazones unos años de golpe con toda la descarga a la que nos sometieron durante ochenta minutos impagables, palpitar a un mismo ritmo. ¡Larga vida a Nashville Pussy!
- I'm So High
- Wrong Side Of A Gun
- Going Down Swinging
- She's Got The Drugs
- Ain't Yo Business
- Speed Machine
- Come On Come On
- Hate And Whiskey
- Struttin' Cock
- I'm The Man
- High As Hell
- Go To Hell
- Milk Cow Blues
- Why Why Why
- You're Goin' Down