El quinteto de Borlänge vuelve a nuestro país agotando localidades para presentar su noveno disco de estudio.

Catorce años dan para mucho y Mando Diao son una clara muestra de ello. En plena madurez artística, la banda sueca mira desde la distancia aquel lejano 2004 donde, casi desconocidos, presentaban su ya clásico Hurricane Bar (2004) en la sala Moby Dick. Seis discos después y un integrante menos (Gustav Norén, vocalista y guitarra abandonó la formación en 2015) la eterna promesa del indie ha vuelto a la capital  buscando la conquista definitiva y colgando el cartel de sold out en una Riviera repleta y expectante.

Bajo el brazo, Good Times (2017). El álbum, lleno de estribillos pegadizos y guitarras frenéticas, hace olvidar el desvarío electrónico que supuso Ælita (2014), volviendo al garage popero del Mando Diao de las mejores épocas. Tras haber pasado sin pena ni gloria ante la crítica, el nuevo trabajo de los nórdicos se muestra como un aliado perfecto para el directo, con temas como Shake y la propia Good Times, dos píldoras groovy para reanimar a los más perezosos.

Dentro de la sala, la atmósfera era inmejorable: tras el arrollador paso de unos The OMGS en estado de gracia (ojo con estos chicos y la potencia de su directo), todas las miradas se centraban en el sobrio escenario, donde, ya pasadas las nueve y media de la noche madrileña, la épica de Morricone daba paso a los esperados Mando Diao y San Francisco Bay.

El calor y las ganas de bailar iban abriéndose paso poco a poco entre el público gracias a temas  como Dancing all the way to hell. Con el escenario bañado por una infernal luz roja, Björn Dixgård hizo volar su cálida y desgarrada voz, uno de los puentes fuertes y reconocibles del sonido de los suecos. Pero no todo serían saltos, sudor y gritos: Mando Diao también domina los tiempos lentos, donde Dixgård, sin guitarra y al más puro estilo predicador Misty, anima a los arrumacos entre parejas con nuevos temas como Break us o la clásica Mr Moon.

Ya avanzado el reloj y con el público entregado a la fiebre garage de una noche de febrero, el quinteto sueco volvió la vista atrás rescatando temas como The band u Ochrasy. Sin embargo, no había demasiado tiempo para la nostalgia, porque, inmersos en la recta final de la noche, un descamisado Dixgård, hacía gritar a toda La Riviera al ritmo de la eterna Gloria. Con el público en el bolsillo y la temperatura cada vez más alta, la energía acumulada en la sala terminó de desbordarse con esa joya atemporal que es Dance with somebody, poniendo el punto final a una noche para recobrar la fe.

Puede que las canas ya asomen en los flequillos de los suecos, que la sombra comercial planee sobre ellos y el escepticismo haya hecho mella en su trayectoria, pero ese grupo a medio camino entre el funk de Franz Ferdinand y la potencia vikinga de The Hives que es Mando Diao, vuelve con ganas de arañar el lugar que se merece en el panorama del rock contemporáneo.