El tamaño de la cola te da una idea de la categoría del artista. La ordenada y, aparentemente, eterna espera en la fila es un prepago de la recompensa posterior. Como nada queda inalterable, la hilera se fue transformando, ya en el interior, en una pléyade de selfies y fotos con las que alimentar a los monstruos de las redes sociales. Instantáneas que compartían espacio de alguna forma con la música ambiente donde parecían pasar de refilón canciones de Aretha Franking, Leroy Van Dyke, Little Feat o The Alman Brothers Band que cruzaban el aire del Sant Jordi sin pretensión ni gloria . Mientras, el pabellón recibe almas como una tragaperras que nunca da premio. Los asientos se van ocupando como si un imaginario y preciso jugador de tetris manejara unos hilos invisibles.
Todo ocurre en su tiempo y modo, como un engranaje desprovisto de óxido. En las caras se puede percibir como se van afilando las emociones y el momento termina por ocurrir. Se apaga la luz, se prende la música y miles de miradas se clavan como en un acerico que porta una guitarra y se hace llamar Mark Knopfler. La vibrante Why Ave Man es la encargada de abrir boca y disparar las emociones. El gusto de Knopfler por los sonidos celtas y el country se ven reflejados en el espejo de este tema. Puede que sea un hombre mayor, según sus propias palabras, puede que sus pasos sean mas lentos, puede que la vista no le dé para llegar a la segunda fila, pero las manos siguen siendo rápidas. Cada dedo saber realizar su trabajo y la transmisión de emociones sigue siento superlativa. |
Transmitir sensaciones es el leiv motiv de la que parece será la última gira, que sirve de presentación para el disco Down the Road Wherever. Para ese fin el escenario se llena de músicos, once en total si contamos a Mark. Sonaron flautas traveseras, teclados, trompeta, saxofón, acordeón, por citar algunos, que ponían chispa y brillo todo el repertorio. Desde temas mas suaves hasta otros de solf jazz, folk o rock´n´roll enérgico y musculoso. Esta idea de hacer llegar una música llena de aristas sonoras se amplifica con un escenario sin parafernalia, donde solo había músicos e instrumentos. Carente de pantallas. Con una iluminación moderada, sin estridencias, que invitaba a no dejar de posar todos los sentidos sobre la tarima.
En las algo mas de dos horas hubo tiempo para recorrer su repertorio en solitario y de rescatar alguna joya de Dire Straits. Como por ejemplo, Romeo and Juliet o Your Lastest Trick para regocijo de los 13.000 asistente que, dicho sea de paso, no creo que olvidemos esta noche en mucho tiempo o nunca. Imposible olvidar el sonido de esas guitarras, donde en cada fraseo el sólido sonido se eleva al resto y crea un pequeño gran tsunami que te electrifica la columna vertebral. La maestría de esta leyenda viva lo hace único e irrepetible. Indescriptible el solo a manos de la Stratocaster en Saling to Philadepphia. Aunque no todo fue guitarras eléctricas, hubo espacio para armarse con una acústica y ser flanqueado por un violín y un banjo para hacer sonar Match Stickman y Done with Bonaparte. Los instrumentos acústicos ayudaron a conformar versiones cálidas y sensuales de forma brillante.
Conscientes del momento que se estaba viviendo, la gente que ocupaba los asientos de pista se precipitó al parapeto que los separaba del escenario. Se apuntaba el final y los sentimientos son difíciles de contener. La fastuosa Telegraph Road, la incombustible y eterna Money for Nothing, con ese riff que habrán oído y disfrutado hasta los extraterrestres, abrieron la puerta a Local Hero para rubricar el final. Aunque no hay final mientras quede memoria.
La noche se había cerrado ya en Barcelona y con ella se queda para siempre la magia de la música y la emoción. Unidos, como la electricidad al rayo, inseparables como el brillo al metal. Knopfler a Global Hero. |