Si trato de llevar mi memoria hacia atrás, me doy cuenta de que el último concierto que data del Viejo Mundo es de hace casi dos años. Y por Viejo Mundo me refiero a público de pie, sin distancia de seguridad, sin rastro de sillas, aunque sí de las hasta ahora omnipresentes mascarillas, requisito fundamental si se quiere acceder a las salas (y permanecer en ellas, sin ser amablemente escoltado por el personal de seguridad, en caso contrario).

Ahora bien, hay una costumbre que se está instaurando, y con la que servidor no está del todo de acuerdo, y es que se están suprimiendo la presencia, en muchos casos, de teloneros en los directos. Algo que hasta ahora podíamos ver en algún grupo internacional, y en contadas ocasiones, está empezando a instaurarse en el panorama patrio, y es algo con lo que tengo mis discrepancias. Servía para dar a conocer a grupos sin tanta trayectoria, para unir y acercar provincias y regiones, incluso para mezclar diferentes estilos en un mismo escenario. Supongo que será una secuela del covid, pero seguiremos atentos a esta evolución de las costumbres conforme vayan pasando los meses.

El espectáculo empezó fuerte, con “A tu vera” ya sonando fuerte en todas las gargantas, tanto las de arriba como las de abajo, y ya nos empezaba a quedar claro que lo iban a dar todo, con un repaso por sus 25+1 años de trayectoria. Siete discos no son pocos, y como hay para todos los gustos, siguieron con “Callejear” y “Vivir es más”, con una pequeña pausa con ovaciones y piropos para un público que tanto les quiere. Por haber, hubo hasta un pequeño homenaje a Miguel Bosé y a su negacionismo, entre otros temas excéntricos que no vamos a discutir aquí.

Todo se iba caldeando poco a poco, y falta hacía en esta fría noche de noviembre, así que para subir más el termostato, nos atronaron con “Venganza”, “Futuro” y “Perdido”, haciendo así un repaso a su último disco, lanzado este mismo año, y a otros dos más recientes, dando un salto al pasado hasta el 2014. Con “Cuesta abajo” y con “Incertidumbre” siguió esta misma etapa de recuperar éxitos de la década que nos ocupa, para hacer un descanso que más o menos nos venía a anunciar el ecuador del directo.

Los de Marras tienen el placer de codearse con un público que les ha visto ya en multitud de ambientes y de lugares, y es mi caso también, que mi última parranda con ellos fue en aquel ya lejano Abejarock del 2019, cuando nos dejaron a todos los presentes temblando de la energía que nos entregaron. Y eso se ve en las caras de los asistentes, cuando entre coro y coro, o pogo y pogo, se les dibujan las sonrisas de complicidad con estos chavales tan majos y salados. Cuando interpretaron “Jugaremos”, justo después de ese anterior descanso, se volvieron a notar las cuerdas vocales bien altas, acompañando a Agustín como si compartieran el mismo micrófono.

Y ya no hablemos cuando empezaron los acordes de “De qué se ríe”, una de las más conocidas de la banda, y con un tono más serio y crítico, pero que no por ello nos quedamos quietos, ni mucho menos; vaya bailes y vaya acompañamientos. “Me arremango” sonó como otra de las grandes antes de otro interludio, porque sí, ya nos íbamos temiendo que esto se iba a ir acabando.

Lo que estaba por llegar iba a ser sin duda ya no el plato fuerte, sino el buffet libre de llenarnos hasta reventar, y vaya que sí. Nos atronaron casi sin descanso con “Adiós”, “Compadre” y “Malabares”, y cómo no, hicieron la típica jugada de despedirse, pero sin necesidad de que nosotros clamáramos al techo por otros tres temazos. No, claro que no hizo falta, allá que nos las lanzaron con los brazos abiertos, y no eran otras que las caras sonoras más visibles y reconocidas de su discografía, de las que más les han definido como grupo dentro de su estilo. ¿Quién no ha escuchado alguna vez “Ruido”, “Sexo”, u “Hoy”? Si alguno de los lectores levanta la mano, por favor, salga de la sala y cierre tras su paso, porque estos tres tracks ya son patrimonio de la cultura nacional.

Con el espíritu bien crecido nos despedimos de todas estas personas que tanto nos alegran la existencia, y deseando volver a verles, allá donde vayan, porque además de hacer buena música, hacen del mundo un lugar un poco mejor, con esa personalidad tan vivaz, única, buenrollera y, en definitiva, cojonuda de la que ellos hacen gala.