El pasado 28 de junio, el cantante, compositor y productor Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) convocó a varios miles de seguidores en un WiZink Center de Madrid que no llenó (las gradas superiores estaban deshabilitadas) pero que, desde luego, se percibía como completo; más aún teniendo en cuenta que era martes.

En torno a las 21:30 el argentino salió a escena y, visiblemente enfadado por el uso de los flashes de los móviles, advirtió que el concierto no comenzaría mientras la gente no los desactivase. Esta indicación, aparentemente clara, tardó en ser comprendida por la totalidad de aquellos que insistían en seguir haciendo uso de los mismo; pero, por fortuna, en escasos cinco minutos, la diosa Minerva ya había terminado de inspirar al último Ansel Adams con iphone y el show pudo comenzar a ritmo de “Cuando no estás” perteneciente al álbum Bohemio (2013).

La sonorización del WiZink siempre es complicada (de hecho, entre algunos técnicos de sonido, el recinto es conocido a modo jocoso como el “Palacio de los rebotes”) y en esta ocasión se apreció, puntualmente, falta de claridad en la voz de un cantante con una dicción que raya en la excelencia; por lo que suponemos que debía tratarse de alguna dificultad de carácter técnico. Lo que no nos convenció en absoluto fue la iluminación, pues parecía que una dominante púrpura, una magenta y una azul anduviesen compitiendo por cuál de las tres era más horrorosa, dificultando notablemente la labor de los fotógrafos y causando un efecto bastante desagradable en la visión de los espectadores.

Durante aproximadamente el primer tercio del espectáculo, el artista porteño repasó temas correspondientes a su etapa más reciente en los que sólo sus más incondicionales le acompañaron; resultando, de entrada, un tanto frío, hasta el momento de la primera colaboración de la noche a cargo de C. Tangana con quien interpretó Hong Kong, canción que grabaron juntos para el álbum “El Madrileño”.

Si hubiera que establecer un punto de inflexión en la marcha del concierto, éste sería, muy posiblemente, el momento de “Maradona” (Honestidad Brutal, 1999) que hizo bailar hasta al último de los presentes, ya estuvieran en pista, en grada o en palco y que abrió el bloque de temas clásicos: Los Chicos, Alta Suciedad, Paloma (cantada a coro por todo el recinto) o una versión de Flaca acompañado por Kase O.

Mención aparte merece la aparición de un Ariel Roth cuya salida a escena hizo venirse abajo lo que algún día fue el Palacio de los Deportes. Fue momento entonces de repasar clásicos de la etapa de Los Rodríguez como “Mi enfermedad”, “A los ojos”, “Canal 69” y, cómo no, del clásico “Sin documentos”. Por un instante, parecía que el tiempo no hubiese pasado, pues el derroche de energía y la ejecución de los temas era muy similar a la de hace treinta años.

En resumen, los que nos acercamos ese día a verle pudimos disfrutar de un Calamaro entregado en todo momento a su público. Un Calamaro que parecía querer acallar las voces que le acusan de estar ofreciendo shows muy mejorables y de querer agarrarse al pasado como un náufrago a una tabla. Un Calamaro que quiso demostrar y demostró que aún le queda mucha cuerda y que aún es capaz de cautivar con su poesía y su voz.