Es viernes y Cáceres lo sabe

En el parking que el jueves a primera hora apenas era un descampado con un par de furgonetas se han reproducido los coches como setas, igual que como setas se han multiplicado las tiendas de campaña en el camping.

Gracias a la oferta de alojamiento en Cáceres, a que el recinto es “fácilmente” accesible desde la ciudad y a la oferta de autobuses y taxis, mucha gente ha optado por la comodidad de un apartamento, un hostal o un hotel. Eso ha hecho que el camping, lejos de aglomeraciones y saturaciones y con el buen tiempo que nos brinda el finde, se haya convertido en una opción de alojamiento bastante interesante, literalmente al lado del recinto. Eso sí, si eres de los de acostarse temprano más te vale ser de los que caen rendidos y no se despiertan ni aunque les pase un camión por encima o te costará dormirte antes de que acaben los conciertos del escenario Sra. Cigüeña, que se encuentra a escasos metros de las primeras tiendas.

También los primeros autobuses al recinto hoy van más cargados y con más variedad: hay quien se escapa de la rutina antes, quien la pospone, quien se da prisa para aprovechar el viernes al máximo… por suerte, viernes y sábado no son territorio exclusivo de universitarios y otros afortunados, y eso se nota. Según pasa la tarde, van aumentando las colas, que a eso de las 8 fácilmente llegaban a los 300 metros y varios autobuses de espera.

Siguiendo la línea del jueves, abrieron el festival Mario Donoso, DJ natural de Don Benito con años de trabajo a sus espaldas, y más tarde los cacereños Shoul & Libra Loggia, banda emergente de música urbana, que atrajo a los primeros festivaleros.

A la misma hora, Mr. Kilombo, rodeado de su banda y de mano de su rumba aderezada con lo que toque, le cantaba muy bien acompañado a la vida y a todos sus colores. Lejos de quedarse en el blanco y negro del “qué feliz” o “me ahogo de pena”, del “muero por ti” o del “sin ti muero”, pinta en sus canciones la experiencia humana con todos sus matices.

Quizás sea esa empatía o esa facilidad para poner en palabras sentimientos universales que se escapan del simplismo del romanticismo tradicional lo que le ha hecho conectar con su ejército de fieles, o quizás sea la energía, la vitalidad y lo pegadizo de su música. Sea lo que sea, el ambiente festivo y el buen rollo entre el público lo convirtieron en un arranque de lujo de la tarde de viernes.

Le tomó el relevo Huecco y me pilló completamente desprevenida. “Pa’ mi guerrera” tiene ya dieciséis años (es casi de la quinta de “La gasolina” -yo me he perreado las dos-), y desde que en 2008 sacó su segundo disco Assalto yo apenas había vuelto a oír hablar de él. Según Spotify, su último álbum hasta el momento es Lobbo, de 2016. Por eso me sorprendió verle en los carteles de grandes festivales 6 años después de su último lanzamiento, y no tenía claro qué esperar. Pero en cuanto sonaron los primeros acordes del directo, mi versión de 2022 abandonó el cuadro de mando y cedió su paso a mi yo veinteañera, que me llevó en línea exprés de vuelta a los 2000 y pico y que sorprendentemente se las sabía casi todas.

Y, a juzgar por cómo estaba de lleno el recinto ya a las siete de la tarde y de cómo todos coreaban y bailaban y cantaban y saltaban, no fui la única que perdió años y canas por una hora.

Y apuesto a que los que no estaban viendo a Huecco debieron de sentirse de forma similar disfrutando de Rapsusklei en el Mr. Bellota.

Metidos de lleno en un ambiente festivo y de buen rollo en un viernes repleto de actuaciones que, aunque se diferencian musicalmente, congregan a un mismo tipo de público, le llegó el turno a Macaco. “Mono Loco”, como le llamaban en casa, levantó a un público entregado con sus temas. Curiosamente, cuando bajó a cantar a pie de pista, no todos los móviles apuntaban sus cámaras hacia él: algunos, al contrario, le mostraban mensajes -”Mi padre es muy fan”- o fotos de amigos admiradores que se perdieron el concierto.

Y entre canción y canción, aprovechó como en cada directo su espacio para reivindicar, entre otros, la lucha contra la emergencia climática. “Con la mano levantá” despidió y cedió el micro a un Juanito Makandé que celebraba uno de sus últimos conciertos encima del escenario.

Ya había caído la noche en Cáceres y poco a poco la velada iba cambiando de tercio.

A una semana de poner el broche de oro a su carrera como cantante en Sevilla, el gaditano regaló a todos los asistentes -que llenaban ya el recinto- una noche mágica: al arte que cabe esperar de un artista de su talla hay que añadir la emoción que se siente al saberte parte de un momento tan especial, de un espectáculo que quizás no se vuelva a repetir, de una despedida como esta. Y la energía fluye muy fuerte en ambas direcciones, porque el público también quiere regalarte una gran noche, y eso se nota.

Se despidió Juanito Makandé y llegó el turno de Shinova, encargados de darle el toque indie al viernes.
Los vascos, girando con “La buena suerte”, ofrecieron un espectáculo magnético. Música y estética al servicio de una puesta en escena de la que se hace muy difícil despistarse.

En el escenario Mr. Bellota les hacía la contra y les robaba espectadores RVFV, con una pista abarrotada de gente perreando. Buen ejemplo de la evolución de la música española hacia vertientes más latinas, en lo que se viene llamando “género urbano”, que no sabemos bien qué engloba. ¿Qué quién es RVFV? Rafa, un chaval de Almería que se puso a hacer música desde su casa, logró enganchar al mismísimo Omar Montes para que colaborara con él y suma casi 500 millones de escuchas en Youtube. Estuvimos bailando también su temazo “Prendío” (si el nombre no os suena, seguro que el estribillo sí).

Miguel Campello ocupó el escenario y lo inundó de fuerza, garra y pasión. El que fuera cantante y compositor de Elbicho desborda una energía casi animal, que a veces se antoja sobrehumana, que remueve hasta la última fila y queda flotando en el ambiente.

Quedó la magia de Campello flotando y aprovecharon la llama para encender la mecha Los Zigarros. Llevaba demasiado tiempo esperando para verlos en directo y decir que “superaron con creces mis expectativas” -además de sonar un poco resabido- es quedarme bastante corta. A punto de celebrar su décimo aniversario en el WiZink, disfrutar de su directo casi para cerrar la noche fue un regalazo, para nosotras y, a juzgar por lo disfrutón del público, para todos los asistentes.

Al otro bando del recinto, Zatu y Acción Sánchez se dedicaban a lo que mejor saben: demostrar que el tiempo no pasa por los grandes: SFDK hermanaba a los que eran jóvenes cuando ellos empezaban con los que son jóvenes ahora. Y cuando estás gritando a pleno pulmón las letras de uno de tus grupos favoritos, eres igual de joven que el chavalín que las grita a tu lado, igual de joven que el chavalín que las cantaba en 1993.

Tocaba bajar revoluciones y aunque nos pasamos a saludar a Ciclonautas, tuvimos que rendirnos al palizón, como muchos otros que ya habían abandonado o lo harían en breve, y disfrutar de su concierto desde la cola del bus.

Hasta el sábado.