Bon Iver significa una cantidad de conceptos que nada tiene que ver entre ellos: otoño, osado, ambigüedad, diferente… Un sinfín de palabras que llevan días bailando en mi cabeza cada vez que pienso en describir lo que ocurrió el 9 de noviembre en el mítico Wizink Center. Era una cita ansiada pues no solo se aplazó una, sino dos veces la fecha en la que muchos íbamos a poder escuchar por primera vez a Bon Iver en directo. Para ponernos a tono, los teloneros, CARM, no pasaron desapercibidos, de hecho, era difícil que así fuera. Cada vez el recinto cobraba más vida, estaba a punto de suceder algo mágico. Francamente no encuentro la manera de expresar lo que se vivió el miércoles… es que ni de lejos habrá una crítica a la altura de lo que se sintió allí. Las ganas, tantas veces frustradas, por verlos (y verle, para qué engañarnos). |
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Un acierto de setlist, no extrañabas pero tampoco te sobraba ningún tema. ¿Y la iluminación? Tremenda bastada. Cada miembro del grupo tenía su propia estructura triangular con neón y en la parte superior, varios esepejos iluminados que jugaban creando formas. Inexplicable estética que ni el mejor fotógrafo podría plasmar, aquello era de una belleza… Si bien todo el concerto fue excepcional e íntimo a pesar de la cantidad de personas que estábamos allí boquiabiertas, hubo un momento que fue estelar: suena Holocene y os espejos comienzan a dibujar una especia de ola que jugaba a la par del ritmo de la canción. Justin Vernon ya lleva más de una década demostrando su valía como artista, tanto a nivel vocal como instrumental. Verle en carne y hueso, recrear su voz, una tras otra, sin necesidad de nada más que su teclado, fue un claro ejemplo de que lo multi-instrumental también es un arte. |
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Y cómo no hablar de los dos baterías: Sean Carey y Matthew McCaughan. Embriagada de la energía que desprendían, me quedé embobada viendo cómo entre ambos se compartían miradas y hacían latir el Wizink con Perth y “33” GOD. Entre canciones, Vernon nos regalaba palabras bonitas y agradecía constantemente el estar allí y apoyarlos tanto. Él llegó a decir que era insuficiente sus gracias, lo que no era consciente es que estaba siendo de los mejores conciertos vividos en mucho tiempo. Tras el típico y clásico bis, entró para despedirse con re:Stacks y RABI. Un final a la altura del artista (y los artistas) que estábamos allí tanto escuchando como viendo. Bon Iver nos devuelve lo bonito del otoño y el invierno. Su música da color a dos estaciones que, según donde vivas, se pueden convertir en una pesadilla. Quienes desconozcan su música o solo hayan escuchado las más reconocidas, os animo a que escuchéis la discografía completa porque no, no es solo tristeza y bajona, también hay energía y pasión. Sigo con resaca emocional. |
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