El pasado 14 de noviembre tuvimos el placer de asistir a la vuelta a casa de los madrileños Kitai, que después de un exitoso arranque de gira que incluía cuatro fechas en México, habían elegido La Sala del Movistar Arena como octava parada de su tour “Hasta que duela la noche”. Entre los grupos de gente que, esperando la apertura de puertas, conversaban en el exterior del recinto, se planteaban dos cuestiones principales: la primera lo larga que se había hecho la espera desde aquel último concierto en la sala El Sol y, en segundo lugar, cierta expectación sobre la forma en la que Kenya, la nueva vocalista, defendería el repertorio en directo. Esa expectación duró lo que tardó la banda en salir al escenario de una sala con algo más de medio millar de asistentes al ritmo de “Me puse a cantar yo” y lo que tardó la nueva integrante en cantar la primera estrofa de “Pero sí, pero no” destacando no sólo su portentosa voz, sino también un derroche de actitud que le hizo meterse al público (ya fuera novel o veterano) en el bolsillo con una facilidad pasmosa. |
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Dicen que lo bueno o lo malo de las primeras impresiones es que sólo se puede tener una… y vaya si fue buena, que estamos seguros de que a más de una y más de uno aún no se le ha reestablecido el ritmo cardiaco después de semejante detonación. Si Kitai ha sido siempre una banda que nos tenía acostumbrados a una alta intensidad, lo de ese día superó de largo cualquier expectativa que pudiera haberse creado. El esquema del concierto consistió en un minucioso repaso por su trayectoria, que abarca ya más de una década, rescatando canciones que han demostrado funcionar muy bien en directo, como “Todo me da igual” o “Zombie”, intercalando nuevas y demoledoras canciones como “Ya está” o “Tú y yo no somos amigos”. En resumen, si la idea era deleitar a los seguidores veteranos y seducir a los neófitos, no podían haberlo planteado mejor, pues allí parecía estar disfrutando del momento hasta el taquillero de la sala… y todavía faltaba la segunda mitad del show. |
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Segunda mitad que se inició con “Riviera maya” y “Quierote” y en la que el nivel de locura colectiva crecía exponencialmente a cada minuto, alcanzando éste su punto álgido en el momento en el que Kenya y Deivi bajaron del escenario a la pista, formándose un corro en cuyo centro se instaló una pequeña batería, haciendo que resultara imposible apartar la mirada y creándose así un clima de complicidad artistas/público extremadamente alto. “Borracho de amor”, “Lydia Bosch” y “Hasta que duela la noche” marcaron el inevitable final de un concierto que nadie hubiera querido que terminase. El final de un abrazo entre dos amantes que se habían esperado con impaciencia y cuyo reencuentro aún no habían sido capaces de procesar. Nadie quería irse y se notaba tanto en la forma que el público alargó su última ovación como en la forma en que los artistas se despidieron, pues parecían no decidirse a abandonar el escenario. Kitai está de vuelta, con un presente inmejorable y un futuro prometedor, del que esperamos ser testigos. |
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