La manera de despedirse siempre dice mucho de la forma de ser de quien lo hace. Joan Manuel Serrat, después de cincuenta y ocho años de carrera musical, se está despidiendo de forma sencilla, sobria y coherente: sin alharacas, apelando únicamente a sus canciones, a los sentimientos y emociones que han provocado y todavía siguen provocando tanto en quien las canta como en quienes las escuchan por primera o por enésima vez. Buscando, una vez más, la relación cercana con su público, por muy grande que sea el recinto en que cante. La grandeza de los artistas no está sólo en el tamaño de los escenarios sobre los que actúan; menos, en la grandiosidad de los decorados que los adornan, sino en la conexión con quienes los escuchan. Y en algo tan  inmensurable como la intensidad de las sensaciones y estados de ánimo que generan cada vez que cantan; en cómo consiguen transmitir y disparar los sentimientos y la imaginación de los demás; en cuánto les llega a tocar la fibra sensible.

El 7 de diciembre de este año 2022 asistimos a uno de los últimos conciertos de Serrat, perteneciente a su gira El Vicio de Cantar, la de su despedida de los escenarios. Fue la primera de las tres fechas en que actuó en Madrid antes de que finalice esta gira el día 23 en Barcelona. Y su carrera, en la que ha hecho del vicio necesidad; y viceversa. De tal manera que día a día a ido convirtiendo en virtud el vicio que le surgió en la infancia.

Serrat empezaría la velada cantando Dale que dale, incluida en Hijo de la luz y de la sombra, segundo disco en que cantaba poemas de Miguel Hernández, poeta del que a  mitad del concierto también haría una sentidísima interpretación de Nanas de la cebolla, a la que seguiría Para la libertad; siendo ambas muy aclamadas por los asistentes, quienes prácticamente llenaban el Palacio de los Deportes de Madrid. También fue la primera ocasión de esa noche en que vimos emocionarse a Serrat; ocurrió al hablarnos de la vida y obra de Miguel Hernández.

Para una carrera tan prolongada no debe de resultar nada fácil elegir el repertorio que vas a ofrecer en tu despedida. O mejor dicho en este caso: lo que no vas a cantar.  

La elección final sería: en primer lugar, algunas de las canciones incuestionables (Mi niñez, Señora, No hago otra cosa que pensar en ti, Tu nombre me sabe a yerba, Hoy puede ser un gran día, Mediterráneo y Penélope; después, las que consideró que las circunstancias pedían. Como Pare, incluida en su disco Per el meu amic (1973), y que, como muy acertadamente añadió Serrat: desgraciadamente, aunque han pasado casi cincuenta años, cada día está de más rabiosa actualidad; y los que pueden hacer algo por remediar esta degradación del Planeta no se inmutan.

En la pantalla gigante que había en el sobrio escenario, desde los primeros temas se pudieron visualizar imágenes relacionadas con ellos. Y cuando cantaba en catalán, como en este caso, además aparecían subtítulos en castellano para que todo el mundo pudiera comprender perfectamente la letra si todavía no se la sabía de memoria…

También aparecerían obras de Banksy; la Gioconda con gafas de sol, después de ir a la peluquería, con la camiseta del Barça; animaciones diversas; cada una según la canción que estuviera sonando en ese momento.  

De tanto en tanto, pero no con demasiada frecuencia, dejaba de cantar durante unos pocos minutos para comunicarse con el público, para deleitarnos con alguna reflexión sobre la fantasía, el proceso creativo, los universos imaginados del arte y sus personajes –como los que pueblan sus canciones-, y la inspiración... Sobre cómo se entrelazan la realidad y la ficción en las creaciones artísticas. Como en El carrusel del Furo o en Romance de Curro el Palmo. También, para dibujar pequeños apuntes de su vida: su niñez, su barrio… Y de sus padres: él, de profesión lampista; ella, sus labores, como se decía durante el franquismo. Es decir, remató Serrat: se dedicaba a trabajar como una bestia. También, a cantarle nanas como Canço de bressol, la cual nos ofrecería a continuación.

Desde los primeros años de su carrera Joan Manuel Serrat ha alternado composiciones en catalán con otras en castellano. Intentó cantar La la la en catalán en el festival de Eurovisión que finalmente ganaría Massiel interpretándola en castellano. Mientras que el franquismo reprimía el uso del catalán, Serrat siempre ha sido comprensivo con la diversidad y tolerante con todo lo que fuera distinto. Y aunque empezara su carrera  formando parte de la Nova Canço Catalana, acabaría siendo el mejor cantautor en castellano sin dejar de lado el catalán en otras composiciones suyas. Porque Joan Manuel Serrat es un catalán universal. Lo que se conoce como un ciudadano del mundo.

Él también se considera un latinoamericano de Barcelona. Prueba de su amor siempre correspondido por América Latina fue su acogida en México cuando sus discos se quemaban en las calles españolas durante los últimos estertores del franquismo.    Muestra del reconocimiento y la estima mutua que tiene con Latinoamérica es que esta última gira empezara allí.

Hacia el final del concierto Joan Manuel Serrat recordaría a los compañeros de viaje desaparecidos. A los arreglistas que ha tenido; y a los actuales, que le acompañan a los teclados (Ricard Miralles) y al piano (Josep Mas, “Kitflus”) de la banda con la que preparó el repertorio antes de iniciar esta gira. Repertorio que ha ido cambiado poco a lo largo de los meses. Tan solo por la permuta del orden de las canciones y la introducción de una o dos nuevas piezas en conciertos determinados. En la noche del 7 de diciembre sería la inclusión de Hoy por ti, mañana por mí, compuesta al alimón con su amigo Joaquín Sabina, cuya caída dejó inacabado el último concierto de ambos sobre ese mismo escenario.

No hubo invitados porque no eran necesarios. Se trataba de una reunión entre amigos en la que no hacían falta intermediarios para comunicarse; para transmitir su mensaje y recibir las vibraciones de quienes lo escuchaban. Cualquier invitado solo hubiera servido para producir interferencias entre el emisor y los receptores. Y viceversa. Porque  hubo al menos tres momentos en esa velada en que se pudo contemplar a Joan Manuel Serrat visiblemente emocionado.

Serrat se retira; pone fin a su carrera, lo que no significa que no vayamos a volverlo a ver cantar sobre un escenario. Seguro que lo haremos; bien interpretando una canción en el concierto de algún amigo o bien con motivo de alguna causa benéfica o solidaria, porque nació en un barrio en que la gente se llevaba bien y se ayudaba. Y eso marca.

Desde el comienzo de Cantares (inspirada en el poema de Antonio Machado del mismo título), que sería la canción del falso final del concierto, el público se levantaría a aplaudir. Al acabarla, y tras amagar una despedida, los músicos no harían el paripé de salir del escenario para regresar poco después sino que seguirían directamente con De vez en cuando la vida. En ese momento, Úrsula Amargòs dejó la viola que había estado tocando durante toda la noche para cantar con Joan Manuel Serrat; para darle las réplicas. Mientras tanto Raimon Ferrè seguía tocando el contrabajo, Michelle Climent la batería, David Palau la guitarra y José Miguel Sagaste el saxo; además de los arreglistas actuales.    

El verdadero final fue muy apropiado para la ocasión, con todo el público del Palacio de los Deportes de Madrid puesto en pie, dando palmas, bailando y cantando Fiesta con Serrat y su banda, quienes habían conseguido transformar una despedida en eso: una auténtica fiesta entre unos quince mil amigos que, de alguna manera, han venido sobreviviendo unos gracias a otros durante esta travesía conjunta también llamada vida.